Simónides de Ceos

Simónides de Ceos
 
 

Simónides de Ceos (Yulis, en la isla jónica de Ceos, actual Kea, ca. 556 a. C. - Siracusa, ca. 468 a. C.), poeta lírico griego, creador de la mnemotecnia, tío del también poeta Baquílides.

Aunque fue llamado a Atenas hacia el año 526 a. C. por la corte del tirano Hiparco, asesinado este marchó a Tesalia con su sobrino y discípulo, el poeta Baquílides. Allí se relacionó con la aristocracia gobernante, los Escopadas y los Aleuadas, quienes le hicieron de mecenas. Después viajó a Cranón y Farsalia.

 Vuelto a Atenas, cantó las hazañas de los griegos en la batalla de Maratón, con lo que se volvió muy popular. Terminó su vida en la corte del tirano de Siracusa (Sicilia) Hierón I, ayudándole también en labores diplomáticas, y fue enterrado en Agrigento.
 
Obra

Inquieto y polifacético, gozó de gran fama entre los griegos de todas las épocas, no en vano era profusamente citado. Muy viajero, y cosmopolita donde los haya, fue testigo de la gestación de la conciencia panhelénica de la Hélade y tal vez por esa circunstancia fue el poeta griego de mentalidad más abierta y de producción más variada a lo largo de los ochenta y siete años que vivió. Abarcó todos los géneros de la lírica coral. La tradición le atribuye haber sido el primero en cantar a hombres, no a dioses ni héroes; en este sentido también lo singulariza el saber humanizar los mitos como ningún otro poeta griego, por ejemplo el de Dánae y su bebé Perseo, abandonados en medio del mar en un arca flotante. Sabía cómo conmover a su público.

Escribió para diversos mecenas de la nobleza en gran variedad de metros y géneros: epigramas (principalmente epicedios como el de los trescientos espartanos de Leónidas I,1 e inscripciones votivas), elegías patrióticas y morales, peanes, bailes o hiporquemas, y obras de lírica coral, como himnos, odas, epinicios, trenos (como el dedicado a los Escópadas) y ditirambos, pero solamente una pequeña parte de su obra ha sobrevivido.

Fue el primero en configurar la estructura típica y tópicos del epinicio: el elogio al vencedor, muchas veces no al auriga, sino al propietario de los caballos y a sus parientes; el canto a su tierra de origen entroncado con el mito, y concluir con la gnome o frase sentenciosa que tanto impacto producía en el público.
La Suda le atribuye la invención de cuatro letras del alfabeto griego (omega, eta, xi y psi: ω, η, ξ, ψ) y afirma que compuso también ditirambos y tragedias de las que se sabe muy poco, así como epigramas, entre los que solo se ha confirmado con seguridad es auténtico el dedicado a Megastias.
También existen numerosísimas anécdotas sobre sus rasgos de carácter, en especial la tacañería, de la que llegó a hacerse figura proverbial. El origen de esta fama es muy posible que fuese el hecho de haber sido el primero en hacerse pagar los epinicios, que componía además para ser leídos en vez de ser declamados de memoria; por eso el comediógrafo Aristófanes se burlaba de él como prototipo de poeta profesional. Además comenta Cicerón en su De oratore que fue uno de los creadores de la mnemotecnia, en concreto por su técnica o sistema de localización de recuerdos que permitía a un orador recordar amplios discursos previamente compuestos por un logógrafo mediante su distribución sobre recuerdos-gancho establecidos con anterioridad. Dicha técnica la expone Quintiliano en su famosa Institutio oratoria y consiste en visualizar o situar mentalmente en los distintos sectores de un templo, muy conocido por el expositor, las distintas partes del discurso, trazando un itinerario según el orden que se requiera. Al parecer, en el año 500 a. C. estaba en un banquete cuando se ausentó brevemente, salvándose así de morir aplastado por el derrumbe del techo; y fue el único en poder reconocer los destrozados cuerpos de dichos comensales al recordar los lugares donde estaban sentados.
También se suele recordar bastante en poética su afirmación de que «la poesía es pintura que habla y la pintura poesía muda», lo que se considera origen no solo del tópico literario horaciano de ut pictura poesis, sino de la concepción aristotélica de la literatura o arte como disciplina de hacer representaciones o imitaciones, esto es, de mímesis, lo que también entroncaría con sus ideas sobre mnemotecnia. Simónides marcaría entonces el momento en que el hombre griego descubre la imagen o metáfora, y con ello su propia imagen.

También es Simónides autor de una famosa definición de justicia, según la cual esta sería "la obligación de dar a cada uno lo que se le debe".

Poemas

SIMÓNIDES definió a la poesía como una pintura "que habla", y así podríamos definir la suya propia, Los pocos restos que de él tenemos ponen de manifiesto un arte que entra inmediatamente por los sentidos. Es una poesía plástica, y su atención se centra en lo que se puede percibir con los sentidos. Está plenamente convencido de la incertidumbre de la condición humana ("si eres hombre, no digas nunca lo que  sucederá mañana") y esta insistencia suya en lo humano hizo famoso en la  Antigüedad. La ternura con que se trata a sus personajes profundísima. Sirva como ejemplo el fragmento en la que aparece Dánae metida en un cofre con su hijo Perseo, abandonada en el mar:

 

Cuando a la tallada arca alcanzaba el viento

con su soplo, y la agitación del mar

la inclinaba a temer

con las mejillas húmedas de llanto,

echaba su brazo en torno a Perseo y decía:

"Hijo, ¡por qué fatigas pasa y no lloras!

Como un lactante duermes, tumbado

en esta desagradable caja de clavos de bronce,

vencido por la sombría oscuridad de la noche.

De la espesa sal marina de las olas que pasan de largo

por encima de tus cabellos no te preocupas,

ni del bramido del viento, envuelto en mantas

de púrpura, con tu hermosa cara pegada a mí.

Si te causara miedo esto, a mis palabras

prestarías tus finos oídos.

Duerme, mi niño, te lo pido. ¡Que duerma

también el mar y nuestra inmensa desgracia!

¡Ojalá se dejara ver un cambio en tus designios!

Padre Zeus, las palabras atrevidas y fuera de justicia

que halles en mi súplica, perdónamelas.

 

La poesía inscripcional, por llamarla así, de Simónides es la primera poesía en la tradición griega antigua respecto de la cual podemos afirmar con certeza que fue escrita para ser leída: estamos hablando de literatura. Es cierto que la dicción de Simónides contiene frecuentes recursos épicos y que su métrica depende de la homérica; es también probable que la mayoría de las personas que leyeron los epitafios de Simónides lo hayan hecho por el sonido de palabras en alta voz.19 Sin embargo, no se trata de poesía oral en su composición ni en su estética. La diferencia es "física": Los poemas de Simónides tuvieron que ajustarse a la piedra comprada para ellos. Un poeta oral puede crear bajo restricciones de tiempo o vigor personal o decoro social, pero sólo un poeta de inscripciones debe adecuar su inspiración a la medida de la superficie que debe escribir. Fuera de esta circunstancia material, se trata también de una circunstancia estética que requiere exactitud o economía verbal que resulta la marca registrada del estilo de Simónides. La palabra griega para esta estética es ἀκριβεíα,20 una palabra de doble referencia: los léxica griegos definen ἀκριβεíα como "minucioso cuidado acerca de los detalles del lenguaje, expresión exacta, precisión, exactitud" también el minucioso cuidado acerca del gasto financiero, tacañería, mezquindad". Ambas prácticas de la vida y del lenguaje se encuentran en la piedra que sostiene el epitafio.

Los epitafios crearon un espacio de intercambio entre presente y pasado porque ganaron un lugar para la memoria. Simónides le otorgó un papel fundamental a la memoria en sus versos. Él supo cómo elaborar un espacio mental memorable, ponerlo en movimiento e iluminarlo.

En otro ejemplo que hemos seleccionado, Simónides muestra la memoria como un evento extraído de la oscuridad por medio del lenguaje: el intercambio se produce entre la muerte oscura que se trueca en la fama a prueba de fuego.
 Estos hombres, que establecieron una gloria incombustible en torno de su querido país, lanzaron a su alrededor la oscura nube de la muerte.

Ellos murieron, pero no están muertos, porque su valor les otorga una gloria que está por encima y los eleva a la casa del Hades.

La gloria aquí es una energía incombustible que trabaja por sí misma a través de la superficie de las palabras. El poeta crea una desorientación espacial y temporal tanto como cognitiva. El lector toma conciencia de que está de pie ante una tumba, pero el texto lo deja librado a su propia interpretación. Las palabras θανάτου y ἀμφεβάλοντο están ubicadas en el centro del poema. Los tiempos de verbo controlan la acción, moviéndose desde el aoristo, instante de la muerte descripta en el primer par de versos, al verbo en perfecto denegando la clausura impuesta por la muerte, en el centro, para terminar en un presente progresivo que oficia de lento camino hacia la inmortalidad. La referencia final deja abierta la casa de Hades. La pérdida de la vida es ascendente.

Simónides prefirió tratar la vida como un doble corredor. Consideró que el poder de la excelencia podía empujar la puerta del final y revertir la dirección natural del tránsito mortal. Esta idea se encuentra atestiguada en la retórica de los epitafios que se encuentran en numerosos monumentos públicos. También se encuentran adscriptos al nombre de Simónides monumentos en memoria de muertos en las batallas de Platea, Termópilas, Dirphis, Artemisio, Salamina, Maratón, Tangará, etc. El lenguaje de estos exponentes cívicos pone en evidencia el compromiso y la clase de negociación ideológica que existía en la mitad del siglo V antes de Cristo, entre la ciudad y sus propios actos de sangre. La retórica del epitafio público evitaba registrar la piedad para enfatizar, en cambio, una actividad de fama y encomio. Podemos destacar este énfasis deliberado, concentrado en la excelencia, por oposición a los versos que Simónides escribió para una persona privada, en los que, en cambio, se destaca la piedad. Las lágrimas no figuran en los epitafios públicos. Estos poemas son, en realidad, encomios, no lamentos. Ellos apuestan a una elección activa, no a un sufrimiento pasivo. La muerte resulta un hecho trascendente por el valor de la elección: la gloria, que es la medida del valor.

Las reglas cambian cuando Simónides vuelve su atención a la pequeña tristeza espectral de una tumba privada. El epitafio que escribió para Megacles presenta un sentido de constricción más que de publicidad, de duelo guardado en secreto. Se notan lágrimas, no gloria:

Si en algún momento, yo llego a ver la tumba de Megacles muerto,

sentiré piedad por ti, desdichado Calias, por todo lo que has sufrido.

El poema revela emoción. Calias materializa el lugar del lector silencioso, más misterioso y más digno de piedad que el propio muerto.

Todos los epitafios de Simónides tomaron la forma de dísticos elegíacos. El metro elegíaco adopta la forma de un dístico, que está compuesto por dos versos de diferentes tipos en alternancia regular y cada verso está seguido por una pausa y un dístico puede ser repetido varias veces. El dístico elegíaco consiste en un hexámetro seguido de un tipo de pentámetro que está formado por duplicación de hemiepes o sea la primera mitad de un hexámetro. Las dos mitades del pentámetro son intercambiables. En otras palabras, cada dupla elegíaca tiene una unidad de hexámetro seguido por una misma unidad quebrada en dos mitades iguales que se balancean una con otra, o sea la figura acústica de un perfecto intercambio. Desde el punto de vista rítmico, el dístico elegíaco parece un péndulo. Se trata de la economía de la emoción.

Cuando este tipo de verso comenzó a verse en los monumentos griegos, en el siglo VII antes de Cristo, se utilizaban varios metros, con predominio del hexámetro, pero poco a poco, en la Atenas de los Pisistrátidas, se puso énfasis en el dístico elegíaco, de modo tal que, en el siglo VI antes de Cristo, la elegía ya había llegado a ser el metro canónico para los versos inscriptos en lugares públicos con una pretensión literaria y social. Simónides floreció, precisamente en la Atenas de los Pisitrátidas y resultó un factor fundamental para esta regularización. Su habilidad para manipular la forma de la elegía demostró una gran afinidad entre el poeta y esta idea métrica, porque la elegía es, en realidad una idea poética.

Un ejemplo de la acción imitativa de Simónides, acorde con su concepto de que la palabra es una pintura de las cosas, es un epitafio compuesto por Simónides para una mujer llamada Archedike:

 Este polvo cubre a Archedike, hija de Hippías,

el hombre más famosos en Grecia, entre sus contemporáneos;

ella no empujó su pensamiento hacia la arrogancia,

a pesar de ser hija, esposa, hermana y madre de tiranos.

 

Archedike fue la hija de Hippías, el último tirano de Atenas, un hombre cuya presencia y poder están destacadas en el primer verso del poema. El entierro de Archedike ocupa el segundo verso y el tercero ubica su total relación prestigiosa con los hombres. Las funciones de Archedike: hija, esposa, hermana, madre, están indicadas expresamente por una dependencia gramatical. El último verso menciona una cualidad de Archedike, pero lo hace sólo por ausencia.

Evidentemente, este epitafio indica la preeminencia del discurso masculino, con códigos patriarcales y la supresión de la voz femenina. Sin embargo, creemos que Simónides no tuvo en mente ninguno de estos temas, cuando compuso su epitafio, pero respondió, evidentemente, a los propósitos fácilmente comprobables del momento. Resulta evidente que Simónides, cumpliendo el mandato del poeta que procura la exactitud, canta una verdad más profunda que trasciende la misión poética que le han encomendado.

Hasta aquí, hemos realizado un análisis de epitafios de Simónides que seleccionamos como representativos de la propuesta que efectuamos al comienzo de nuestro trabajo.

Nos resulta importante destacar un hecho significativo, que tiene estrecha vinculación con la temática y con el autor tratado.

Se trata del epitafio más famoso de Simónides, el más parafraseado en todas las épocas y que, paradójicamente, es hoy el que más dudas presenta acerca de la autoría de Simónides:

Oh extranjero! Anúnciales a los Lacedemonios, que

nosotros yacemos aquí, porque obedecimos sus órdenes

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